lunes, 29 de octubre de 2012

Días 38-40. Dominical y Manuel Antonio

De Dominical poco vamos a decir.  Hemos estado de paso, para no hacer Cahuita-Manuel Antonio del tirón, y si lo sé, ni nos paramos. No porque no sea un lugar bonito, que lo es, pero nos equivocamos al cien por cien con el hostal. 






Vamos a uno que sale en la guía y en principio no tiene mala pinta. Nos enseñan la habitación y nos la dejan por siete dólares cada uno. Guai. Pero cuando nos vamos a dormir, nos damos cuenta de que la cama es mejor ni tocarla. Ya no hablamos de la humedad, porque aquí es algo normal que toques las sábanas y parezca que están medio mojadas; hablamos de manchas y bichillos. La solución: ponemos el pareo y encima los sacos, y por si fuera poco, yo me acuesto con ropa de calle. Ahora bien, lo mejor de todo aún está por llegar, y juro que no se me olvidará en la vida.  Nos acostamos y cuando llevamos una media hora durmiendo… ¡se nos cae medio techo encima! Por suerte, sólo son cañas de bambú, pero unas cañas que no han limpiado desde la construcción del edifico, que si no me equivoco fue allá por los años cuarenta.

Sí, lo que se ve en la pared es cinta americana sujetando una grieta...

Restos del derrumbamiento
Así que si alguno de vosotros está pensando pasar por Dominical, que nos avise. Le diremos a qué hostal NO debe ir y le aconsejaremos un bar espectacular donde desayunar y comer. Que en eso sí que acertamos.

Manuel Antonio ya fue diferente, pues nos alojamos en un hostal que nos recomendó una chica estadounidense que conocimos en Arenal. Lo mejor del lugar, la gente que nos hemos encontrado y las vistas. Ya tenemos con quien comernos un buen asado en Argentina cuando vayamos para allá. El parque nacional… bueno, no está mal. Las playas son chulas, pero aunque no está de más hacerle una visita y pasar la mañana por sus senderos, no tiene nada que ver con cerro Chato, Cahuita o Arenal, por ejemplo. 










Estamos emocionados porque al final hemos decidido ir a Corcovado. Ya tuvimos que renunciar a Nicoya y a Tortuguero, así que por bahía Drake y Corcovado sí que pasaremos. ¡A ver qué tal!, pero creo que la cosa promete…

domingo, 28 de octubre de 2012

Día 36. Cahuita: la Jamaica costarricense


Llegamos al Caribe costarricense, nos sorprende que al caminar por las calles de Cahuita  parece que hayamos saltado hasta Jamaica. De todos los bares sale música reggae, los bancos de la plaza del pueblo están pintados con los colores jamaicanos y la gente que está sentada fuma unos extraños cigarros, ¿de que serán? Nos sentamos a tomar algo y el ritmo caribeño nos envuelve, nos bajan las pulsaciones al mínimo y el único movimiento que nos apetece hacer es el de llevarnos la cerveza a la boca, poco más. Así que en esta terraza nos pasamos toooooda la tarde.


El alojamiento no promete mucho, pero la verdad es que al final estamos muy a gusto. Débora, la negocianta, nos consigue un buen descuento, y nos dan una cabañita para nosotros solos  (o eso pensábamos) con cocina y baño privado. La verdad es que pensamos que estamos solos hasta que al entrar en la cabaña vemos a un murciélago dando vueltas, como si fuese su cueva, abrimos todas las ventanas para intentar que se vaya, pero nada. Así que avisamos a recepción, y muy tranquilos nos dicen: “Nos os preocupéis, ahora vamos y lo sacamos”, y el buen señor aparece con una raqueta de tenis para intentar rematar al pobre bicho. Por suerte para el murciélago, consigue salir por una ventana antes de que el Nadal caribeño lo enganche.

Lulú, asustada por los truenos, busca refugio en Fran

Seguridad y modernidad ante todo

Rana de camuflaje
Al día siguiente, vamos al parque nacional del  pueblo, y como en cualquier parque nacional de Costa Rica, nos quedamos alucinados con los animales y los paisajes que nos vamos encontrando por el camino: monos cara blanca, monos congo, perezosos, mapaches, cangrejos ermitaños, infinidad de pájaros…, por no hablar de las playas paradisíacas. Y como bien dice el refrán: “Vale más una imagen que mil palabras”, aquí van las fotos:











viernes, 26 de octubre de 2012

Día 33. Volcán Arenal

Seguimos el consejo de una chica a la que conocimos en Santa Elena y vamos en busca de Arenal Essence, un hostal que está en las lomas del volcán, el lugar ideal desde el que poder ver las erupciones de la bestia (si actualmente se encontrara activa). Nada más llegar, nos recibe Nico y lo primero que nos cuenta cuando le decimos que somos españoles es que él apareció en Callejeros Viajeros. ¡Dentro vídeo! 



En principio, vamos con la idea de quedarnos una noche, subir el cerro Chato e irnos hacia la costa caribeña. Pero tal y como nos advirtieron en Santa Elena, nos quedamos aquí cuatro días. Y nos habríamos quedado muchos más si hubiéramos tenido tiempo.

El personal del hostal nos aconseja varios sitios increíbles y ¡gratuitos! (con lo caro que es este país, se agradece, la verdad). En primer lugar vamos a una poza y disfrutamos como niños lanzándonos desde las rocas.






A medida que avanza la mañana, la laguna se empieza a llenar de gente, así que nos dirigimos hacia la catarata de La Fortuna. Allí nos damos el segundo chapuzón. La cascada es impresionante, pero más impresionantes son aún los cientos de escalones que hay que bajar y subir para llegar hasta a ella. 





Cuando estamos dentro del agua empieza a llover. Lo que en un principio recibimos como un agradable toque de encanto, empieza a ponerse serio, así que nos vestimos y empezamos a ascender. Maldita la gracia que cuando salimos del recinto,  también sale el sol.

Tras una parada en Soda Viquez (el mejor restaurante del pueblo y con los camareros más salados), nos dirigimos hacia las termas.  Es sábado y seguro que están a rebosar de locales que han ido a pasar allí el día, pero nos han dicho que la experiencia vale la pena. Hacia las afueras del pueblo, hay un gran complejo hotelero: Tabacón. Pasar la noche aquí cuesta unos  80 €, disfrutar de las aguas termales de su spa, no quiero ni pensarlo. Por suerte, treinta metros más adelante puedes  disfrutar de esas mismas aguas por el módico precio de 0 € y en un entorno completamente natural. Nos rendimos a su agradable temperatura y permanecemos un buen rato en remojo.




Como vemos que aún no estamos del todo arrugados como pasas de corinto, cuando llegamos al hostal nos metemos en el jacuzzi para ver el atardecer. Esto no tiene precio. Cuando me jubile (si para entonces una puede jubilarse, claro…), ya sé adónde quiero venir a descansar, como mínimo, los primeros doce meses.





Al día siguiente nos espera un día duro, queremos subir al cerro Chato (un volcán inactivo de unos 1.100 m, teniendo en cuenta que estamos a unos 500 m y que después de llegar a la cima tendremos que descender unos 200 m para llegar a la laguna, nos esperan unos 800 m de desnivel acumulado, que no esta nada mal). Nos han dicho que son dos horas de subida y dos de bajada bastante duras, pero que el premio está en que te puedes bañar en la laguna en la que se ha convertido el cráter. Por eso, en lugar de ir al súper a comprar la cena, nos  damos el lujo de cenar en el albergue. Tienen un chef para las cenas y los huéspedes participan haciendo de pinches. Hoy toca: crema de calabacín, lasaña de verduras con pan casero y albóndigas de garbanzos, y pañuelos rellenos de queso y mermelada de fresa. ¡Mmm!

Nunca habíamos tenido que utilizar todas las partes del cuerpo para agarrarnos a las raíces de los árboles y a las piedras para poder subir y nunca habíamos tenido que hacer tantos equilibrios para saltar de piedra en piedra o de rama en rama para evitar los enormes lodazales. Es duro, pero peor será la bajada. Fran va dando saltos y se divierte como nunca. Yo también pero sin saltos, más bien bajo de culo y ayudándome de un palo. Sentirme como una abuelita es inevitable. Eso sí, cuando chalamos de verdad es al llegar a la laguna. Nos metemos de cabeza, da igual que llueva, que el agua esté verde y que no se vea el fondo. Llevamos horas sudando y hemos conseguido subir. ¡Es nuestro premio!










Al día siguiente, nos vamos a Cahuita, en la costa del Caribe. Marchamos contentos por lo bien que nos lo hemos pasado estos últimos días y por la de cosas que hemos visto. Tristes por no poder quedarnos más días aquí. Pero pensando en todo lo que  todavía nos queda por delante.   

Por cierto 1. La última noche que pasamos en Arenal Essence, el volcán escupió un poco de lava. Y, al día siguiente, cuando nosotros ya íbamos rumbo a Cahuita, hubo un terremoto de 6,6.  

Por cierto 2. En la anterior entrada decíamos que en el Arenal nos íbamos a alojar en el lugar más curioso en el que hemos estado. Pues bien, en lugar de optar por el dormitorio colectivo, nos decidimos por unas tiendas de campaña en el jardín. Con armario, cama de matrimonio y lucecitas de Navidad y unos ventanales que a las cinco de la mañana ya dejaban entrar el sol. Entre éste y el ruido de los pájaros y los monos, era imposible dormir hasta más tarde de las seis y media. Si alguien piensa viajar a Costa Rica y va a visitar la zona del Arenal, que anote: Arenal Essence. Vale la pena.