viernes, 15 de febrero de 2013

Día 127. Chiloé: Ancud – Castro – Cucao


Con la carpa, las esterillas, el fogoncito y cuatro utensilios de cocina, pusimos rumbo a Chiloé. Hicimos una primera parada en Ancud, un pueblito pesquero con uno de los mejores hostales de Latinoamérica (de momento): Trece Lunas. El personal es fabuloso y tuvimos mucha suerte al coincidir allí con Narcís (Catalunya), Nie Nah (Alemania) y Anh Tuan (Vietnam).



De nuestra estancia en Ancud, yo destacaría dos cosas: los pingüinos y el cumpleaños de Fran. Para celebrarlo fuimos a hacer un tour para ver a los primeros en un paseo por las pingüineras de Punihuil. ¡Qué monada de animales! Bajitos y torpes, van descendiendo desde lo alto de la roca hacia el mar al ritmo de trompicones y resbalones. Los vimos de dos clases, humbolt y magallanes. Se diferencian por las líneas negras que los decoran, y aunque desde lo lejos no se distinguen demasiado, a mí personalmente me parecieron igual de monos los unos que los otros. 




Casualidades de la vida, cuando acabamos nos encontramos con la siguiente situación: personal de la Marina de Chile había llegado a la playa para comprobar que la embarcación que la agencia acababa de comprar estaba en buenas condiciones y cumplía con el reglamento. Así que de repente nos vimos a bordo de otro bote para hacer una sencilla prueba. Todas las personas que nos encontrábamos en el barco debíamos colocarnos, despacio, a un mismo lado para demostrar que la embarcación no se inclinaba más de diez grados. Por suerte, no se inclinó y nadie cayó al agua. Y como premio por la colaboración prestada, nos dieron otro paseo en barco. ¡Bieeen!


Para celebrar el cumple de Fran, aparte de ir a ver pingüinos, pensamos en ir a cenar a algún sitio que estuviera bien, pero no nos convenció nada y en el hostel iban a preparar un asado colectivo. Cada uno lleva lo que quiere y lo cocina en la parrilla. Nosotros, Narcís, Nie Nah,  Anh Tuan, Fran y yo, compramos un lomo de salmón de más de medio metro, ostras, almejas, bocas, choclo, papas, vino e hicimos una ensalada. ¡Estaba todo de lujo! Y al punto de las doce de la noche, unas quince personas cantábamos a voz en grito el Cumpleaños feliz para Fran.



Recuperados del atracón cumpleañoso, pasamos cinco minutos por Castro para agarrar el bus que nos llevó a Cucao, la entrada al Parque Nacional de Chiloé. Allí estrenamos la tienda, las esterillas, el fogoncito y los utensilios. Nuestra primera comida: huevos con papas. En el parque estuvimos genial, acampamos al lado de un lago e hicimos un par de caminatas. Era bastante familiar y se estaba muy tranquilo, pero lo mejor de todo es que nos volvimos a encontrar con los chicos que conocimos en Ancud. Se alojaban en una cabaña justo a las afueras del parque y esa noche nos invitaron a comer asado. Esa vez disfrutamos con pollo a la cerveza  y choripanes. Volvimos a comer de lujo y en buenísima compañía.








Como las caminatas del primer día nos supieron a poco, decidimos hacer una ruta algo más larga, de dos días y pasando noche en un refugio. Así que nos colgamos las mochilas pequeñas, agarramos también los sacos y una muda, y nos pusimos a andar. Tras cuatro horas de intenso recorrer, llegamos al refugio de Cole-Cole dejando atrás centenares de hojas de nalca, kilométricas playas, puentes, cerros y vistas espectaculares del océano Pacífico. 






Llegamos al refugio a las cinco de la tarde y no había nadie. No había luz ni gas (así que nada de sopa para cenar). En la parte de arriba del refugio, además de un palmo de polvo, había colchones viejos y roídos. Y en la parte de abajo, aparte del fregadero, que goteaba, la mesa y la cocina, que no funcionaba, sólo había una estufa. De película de miedo, vamos. Bajamos dos colchones y encendimos la estufa. ¡Por nada del mundo íbamos a dormir arriba!






 A las nueve de la noche, cuando ya pensábamos que nadie iba a llegar, pues llovía a cántaros, apareció una pareja de argentinos. Al instante, volví a pensar en la posibilidad de dormir bien. Además, traían fogón e íbamos a poder comernos la sopa. La noche mejoró por momentos :) Al día siguiente, hizo un día espectacular. Nos pusimos en marcha bastante pronto porque queríamos llegar al camping para comer, y con el sol  que hacía ya a las nueve de la mañana…, la caminata prometía sudor. Así que Fran, yo y una vaca que había por la playa iniciamos el ascenso tranquilamente.  


Nuestro último día en la isla pudimos disfrutar de una comida exquisita: el curanto al hoyo. Se trata de un tipo de cocción muy especial que consiste en enterrar los alimentos bajo tierra, en un agujero calentado con piedras ardiendo y cubiertos con hojas de nalca. Por pocos euros comimos pollo, machas, pescado, papa, chorizo y un pan hecho a base de patata. Aquí van unas fotos del proceso:







 Antes de salir de Chiloé pasamos de nuevo por Castro, allí teníamos que agarrar el ferry que nos iba a llevar de nuevo a tierra firme, así que aprovechamos para ver la catedral, la plaza del pueblo y algunas calles. El cansancio de la caminata y nuestras primeras noches de camping nos pasaron factura, por eso dormimos como un par de bebés en el barco. Siete horas después, amanecimos en Chaitén, la ciudad que quedó arrasada por la erupción del volcán homónimo en 2008. La viva imagen del apocalipsis y la segunda, e importante, vuelta de timón en este viaje.   

jueves, 7 de febrero de 2013

Día 123. La Región de los ríos y la Región de los lagos. Valdivia – Puerto Varas – Frutillar


Tenemos que reconocer que después de dos semanas de voluntariado, nos dio algo de pereza volver a ponernos la mochila. Habíamos vuelto a conocer la rutina, la comodidad, de alguna manera, que aporta un trabajo que más o menos sabes hacer, las mismas personas y el mismo lugar cada día, sin lugar para los imprevistos ni la improvisación. También tenemos que decir que dicha pereza nos duró los diez minutos previos a la hora de partida. Enseguida nos invadió la emoción de la incertidumbre y la novedad.

Llegamos a Valdivia tras pasar otra noche en un autobús. Nos instalamos en el hostal, y como sólo eran las ocho de la mañana fuimos a dar una vuelta por la ciudad. Lo primero que conocimos fue la costanera, el paseo que bordea el río, y en cuyo final nos esperaban un grupo de leones marinos gigantes.




También paseamos por el mercado, vimos algunos torreones de la época de la conquista, desayunamos, fuimos a la plaza principal y aprovechamos para renovar algunas camisetas que empezaban a andar solas. 



Lo que más nos gustó de Valdivia es que está llena de verde. Nosotros escogimos ir al jardín botánico, al parque Saval y a Punta Curiñanco. 









Y a pesar de que el jardín nos dejó alucinados,  Punta Curiñanco nos conquistó con los miradores y el bosque de olivillos.









Algunos días después, aterrizamos en Puerto Varas. Llegamos un poco agotados, así que nos dimos un lujito y fuimos a cenar al bar de debajo del hostal. Y mira, tú, ¡qué bien! Resulta que justo al final de nuestra calle había montada una feria artesanal con puestecitos donde vendían artesanías y kuchen caseros. Aquí empezaron cuatro días seguidos de comer pies, kuchen y tortas. Teníamos que aprovechar. La Región de los lagos rezuma influencia alemana por todas las esquinas y no podíamos obviar la oportunidad de probar las delicias del lugar, de las cuales ya nos habían advertido varias personas. 



Recorrimos la ciudad siguiendo las marcas de “circuito cultural” que te llevan a ver las construcciones típicas de la región, la mayoría casas que en su día pertenecieron a pioneras familias alemanas, el cerro, con vistas impresionantes de los volcanes, y la costanera.  






También dedicamos un día a pasear por Frutillar, admirar su teatro del lago y comer más kuchen. 








Y, finalmente, visitamos los saltos de Petrohué e intentamos hacer un treking de cuatro horas por el lago Todos los santos. “Intentamos” porque justo el día que fuimos a hacer la caminata se celebraba una competición de BTT. Así que tras dos horas ascendiendo mientras las bicis bajaban a toda velocidad por la loma del volcán, decidimos que lo más inteligente era regresar y admirar el lago desde la orilla.







Descansados y con el estómago lleno, ya podíamos seguir con nuestra aventura chilena. Siguiente parada: Chiloé y los pingüinos de Humboldt y Magallanes. Pero antes teníamos que hacer una parada en Puerto Montt para comprar la que iba a ser nuestra nueva compañera de viaje: una carpa para dos, que pesara poco y en la que cupieran todos nuestros bártulos.

Muchos viajeros nos habían comentado que el sur de Chile se puede hacer perfectamente con tienda de acampar, así que hicimos números y pensamos que sería un buen modo de vivir la experiencia de otro modo: un poco menos cómodo, pero más libre. Diferente.