Llegamos al Caribe costarricense, nos sorprende que al caminar por las calles de Cahuita parece que hayamos saltado hasta Jamaica. De todos los bares sale música reggae, los bancos de la plaza del pueblo están pintados con los colores jamaicanos y la gente que está sentada fuma unos extraños cigarros, ¿de que serán? Nos sentamos a tomar algo y el ritmo caribeño nos envuelve, nos bajan las pulsaciones al mínimo y el único movimiento que nos apetece hacer es el de llevarnos la cerveza a la boca, poco más. Así que en esta terraza nos pasamos toooooda la tarde.
El alojamiento no promete mucho, pero la verdad es que al final estamos muy a gusto. Débora, la negocianta, nos consigue un buen descuento, y nos dan una cabañita para nosotros solos (o eso pensábamos) con cocina y baño privado. La verdad es que pensamos que estamos solos hasta que al entrar en la cabaña vemos a un murciélago dando vueltas, como si fuese su cueva, abrimos todas las ventanas para intentar que se vaya, pero nada. Así que avisamos a recepción, y muy tranquilos nos dicen: “Nos os preocupéis, ahora vamos y lo sacamos”, y el buen señor aparece con una raqueta de tenis para intentar rematar al pobre bicho. Por suerte para el murciélago, consigue salir por una ventana antes de que el Nadal caribeño lo enganche.
Lulú, asustada por los truenos, busca refugio en Fran |
Seguridad y modernidad ante todo |
Rana de camuflaje |
No hay comentarios:
Publicar un comentario