Antes de volar a Tailandia, hicimos un par de paradas: cataratas de Iguazú y Buenos Aires, veinte horas de viaje para llegar hasta las unas y otras veinte para descender hasta la capital.
El pueblo de Puerto Iguazú en sí no tiene nada, pero sí o sí hay que pasar un par de días en él si se quieren visitar las cataratas. Éstas, por otra parte, son impresionantes mires por donde las mires. Y como teníamos tiempo, decidimos contemplarlas por ambos lados, el argentino y el brasileño.
Nos llamaron mucho la atención la cantidad de mariposas que vimos, de todos los tamaños y colores. Hubo una que se encariñó de Fran, se posó en su hombro y no se despegó de él hasta al cabo de unas horas. No sé qué tipo de energía desprendíamos ese día, pero tuvimos nuestros más y nuestros menos con los animales, pues mientras esperábamos el bus para regresar a Argentina, un mapache se colgó de mi pierna y me arrancó de las manos la bolsa donde guardábamos las galletas y el chocolate. Y con las uñas tan largas y llenas de mugre que tenía, a ver quién era el guapo que se atrevía a quitársela.
Mapaches asesinos robagalletas |
Al día siguiente visitamos las cataratas desde el lado argentino. Mucho más tranquilas en cuanto a animales, pero más divertidas porque acabas empapándote de los pies a la cabeza. Por los seis kilómetros de pasarelas que tiene este parque puedes ver las cascadas desde arriba, desde abajo, en la distancia…
Aunque el encanto de esta maravilla del mundo es innegable, también lo es el hecho de que a veces tienes la sensación de estar en la Polinesia de Port Aventura, por la cantidad de gente que hay, la organización, los carteles, los puestos de comida y las tiendas de recuerdos. Pero nos vamos a quedar con la belleza del lugar y el recuerdo del mapache asesino.
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