Tenemos que reconocer que con Tailandia nos equivocamos. Llegamos a Bangkok y nos gustó tan poco que pensamos que todo el país iba a ser igual. Luego nos enamoramos de Ko Tao y ya nos fuimos hacia Camboya, donde nos enamoramos aún más. Ahora que llevamos más de diez días por el norte, tenemos que decir que Tailandia también es muy bonita. Quizás el hecho de que esté más desarrollada que el resto de países vecinos le quita un poco de encanto (hay más turistas, las carreteras son espectaculares y puedes comer hamburguesas con papas fritas en cualquier rincón del país), pero en el norte aún hay escondrijos tranquilos, alejados de las masas y con paisajes en los que estarías fotografiando cada cinco metros.
Nuestra primera parada fue Chiang Rai, aquí nos alojamos en un hostel que se ha colocado entre los primeros puestos de la lista de «Hoteles cutres» de este viaje: sábanas usadas, un ciempiés en la pila del baño, una lagartija enorme en la ventana y pelitos en el desagüe. Eso sí, el más económico que hemos pagado hasta el momento.
La ciudad de Chiang Rai no nos pareció muy bonita, pero en ella puedes hacer de todo: desde aprender a dar masajes hasta un curso de cocina, retiros de meditación, yoga… Aun así, nosotros optamos por alquilar una moto y visitar los alrededores. Empezamos por el White Temple, un templo completamente blanco y muy surrealista. Su interior lo comparten una pintura bastante grande de buda y decenas de dibujos de todo tipo: está Doraemon, Hello Kitty, un habitante de Avatar, Michael Jackson, Harry Potter, las Torres Gemelas en llamas, Freddy Krueger, Neo y un sinfín de personajes más. Tenemos que decir que el día que visitamos este templo nos dimos cuenta de que la mitad de España ya había cogido vacaciones y estaba en Tailandia. En casi diez meses de viaje nos habíamos encontrado a unos nueve españoles; ese día, en ese templo, por lo menos había quince. Y no es que nos vayamos buscando, es que se nos oye a la legua… :)))
Un templo un poco raro |
Seguimos avanzando hacia el norte hasta llegar a Mae Sai, la frontera con Myanmar. Paseamos por el mercado y vimos la variedad de productos y la mezcla de gente que hay en esta zona límite tan particular. Particular para nosotros porque las fronteras nos suelen generar rechazo, nos parecen lugares grises, hostiles, pero ésta la encontramos incluso acogedora. Quizás fue el mercado, lleno de mil y un productos diferentes (comida, graciosísimas fundas para el móvil, navajas machete, millones de gafas de sol, cojines, pijamas, prismáticos…), las abuelitas que, sonrientes, vendían cacahuetes, las túnicas y los sombreritos que entraban a Tailandia o a lo mejor fue el restaurante que encontramos, una de las comidas Tailandesas más ricas que hemos probado.
Empezamos con un koreano y acabamos con cuatro |
Bebiendo cosas koreanas |
Otro de los motivos para visitar Chiang Mai era que desde allí puedes desplazarte hasta Pai, un pueblo que muchos viajeros nos habían recomendado. Hasta allí viajamos con Moon y dos chicas también koreanas: Mimi y Min. Nuestra primera impresión fue la de encontrarnos en Kao San Road pero a pequeña escala. Por suerte, a medida que nos fuimos alejando del centro, la sensación se disipó y sólo encontramos tranquilidad. Es cierto que es un pueblo muy turístico, pero también lo es que absorbe el turismo muy bien. Una vez más, quisimos alquilar una moto para ver los alrededores: cascadas, termas, montañas. Todo precioso, pero no tuvimos demasiada suerte. La lluvia nos estuvo persiguiendo todo el día.
Nos despedimos del norte de Tailandia, de Moon y de las chicas. Nuestros últimos días en este país los queríamos pasar por la zona centro. Allí nos esperan Sukhothai, Ayutthaya, y sus muchísimos templos. Y un día y medio en Bangkok, de nuevo, antes de volar a Singapur.
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