domingo, 23 de septiembre de 2012

Día 1. ¡Viva México!







Llegamos a Cancún y nada más bajar del avión aprendemos dos cosas:

1. Al parecer, en México no se pueden rellenar los formularios en rojo. Es una norma, pero nadie te avisa. Así que los del control de aduanas te envían al finaaal de la cola, rellenas el papelito otra vez, pero con un boli azul, y vueeelves a esperar. Y ojo de que te olvides de rellenar algún campo, que te envían de nuevo al finaaal de la cola, añades lo que te falta y vueeelves a esperar. Y todo esto en serio. Que aquí no se andan con chiquitas.

2. No hay que pararse nunca dentro del aeropuerto si nadie te lo ordena. Pardillos de nosotros, nos detuvimos a quitarles el plástico a las mochilas para poder colgárnoslas a la espalda. Total, que cuando nos íbamos a ir tan contentos, un policía nos suelta: «¿Y ustedes adónde van? ¿Acaso les he dicho yo que se vayan?» (ponedle acento mexicano, para meteros más en la historia). «Nooo, pero tampoco nos ha dicho nadie que nos teníamos que esperar», pensé yo, envalentonada. Pero, en realidad, y viendo el tono de la autoridad mexicana, sólo me atreví a decir: «Perdón, señor.» Total, que dos minutos después, nos están revolviendo toooda la mochila, con lo que nos había costado montar el tetris,  en busca de algún medicamento interesante y con preguntas de vital importancia como: «¿Y tu amiga de Playa del Carmen de qué idiomas traduce?» «¿Y cuánto hace que la conoces?» «¿Y para qué queréis el ibuprofeno?». A cuadros que nos quedamos.

Pero en cuanto salimos del aeropuerto, y una vez superado el golpe de calor que casi nos quita el aliento, lo olvidamos todo. Ya estamos en macha, ¿adónde vamos ahora?


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