lunes, 22 de octubre de 2012

Día 28. ¡Pura vida!


En el avión hacia Costa Rica coincidimos con unos chicos que conocimos en D. F. Aterrizamos a media mañana y la experiencia en la aduana es totalmente diferente a la que tuvimos al llegar a México. Aquí sólo oímos al del control de equipaje, que dice: “Por favor, más despacio. No hay prisa. El mundo anda tan mal por culpa de las prisas”. 


Salimos del aeropuerto y cinco minutos después, casi sin darnos cuenta, ya hemos alquilado un 4x4 y nos están llevando en una van a recogerlo (pues suerte que no había prisa…). Decidimos no detenernos en San José e ir directamente a la zona de Santa Elena. ¡Queremos empezar a pisar montaña!


Cien kilómetros, tres horas y media y aproximadamente setecientos ochenta baches después, llegamos al hostal. Como viene siendo costumbre, localizamos un supermercado para comprar la cena y un cajero. En el hostal se está de miedo (¡gracias Vicky!), nos enamoramos de Surfo, uno de los perros de uno de los recepcionistas, y desayunamos unos tacos riquísimos.
  
Conocemos a unos españoles, un canadiense y una neoyorquina y comentamos con ellos diferentes rutas, nos dan ideas y consejos para llegar a ciertas zonas en las que, por la lluvia, las carreteras podrían estar en mal estado y así pasamos el rato. Charlando y planeando los próximos días. 

La primera sensación es buena. Aparte de que teníamos muchas ganas de venir, cuando llevamos diez minutos en carretera, retrocedemos en el tiempo y nos vemos en Nueva Zelanda. Recordamos paisajes y sensaciones. Se podría decir que nos encontramos en la NZ caribeña: miles de diferentes tonalidades de verde por todas partes, lluvia repentina, curvas que esconden montañas, puentes y riachuelos... 



Ya tenemos ganas de más y eso que sólo llevamos aquí unas pocas horas. Por suerte, nos quedan tres semanas por delante. De momento, hoy nos vamos a dormir pronto porque entre el avión y las horas de coche, estamos molidos. Dormimos a pierna suelta.

Los días que pasamos en Santa Elena vamos de excursión en excursión. Empezamos por el Bosque Eterno de los Niños. Unas breves rutas que a priori sólo prometían un par de horas de flora, se convierten en un agradable primer contacto con la fauna del lugar.





Oímos al pájaro campana, graciosísimo. Suena como la bisagra de una puerta. Estamos un buen rato intentando verlo pero sólo se deja escuchar. También vemos ardillas, mariposas emperador y agoutís, un roedor típico de aquí con cuerpo de conejo y cabeza de ratilla, color café, ¡monísimo! Pero lo mejor de todo es la familia de monos capuchinos que nos sobrevuelan por los árboles. Llama la atención el hecho de que se detengan y te miren antes de seguir su camino. Uno de ellos, la mamá, imagino, llevaba a una cría a sus espaldas. ¡Espero poder conservar esa imagen durante mucho tiempo! ¡Qué monos los monos!



Hacemos una segunda excursión: al Bosque Nuboso de Monteverde. Esta vez estamos prácticamente toda la mañana. Sin ser nada serio, las rutas son un poco más largas. Hay infinidad de huecos desde los que observar las impresionantes vistas de los alrededores del bosque. Sin embargo, estamos en un bosque nuboso, lleno de humedad y neblina, así que tenemos que esperar a que la cosa despeje antes de poder echar un par de fotos.












También hacemos una salida nocturna, pero nos decepciona un poco. No tenemos suerte y vemos poca cosa, a pesar de que el guía le echa ganas hasta el último momento para que podamos ver un mamífero. Así que tenemos que contentarnos con una serpiente, un par de arañas, unos cuantos tucanes (dormidos) y una martina, una especie de gato trepador que observamos a treinta metros de distancia y con los prismáticos de Marcos (el guía). No es lo que esperábamos, pero aun así, me ha parecido bastante emocionante vagar por el bosque en plena noche en busca de animalejos dormilones.







Nos vamos a la cama con una duda: no sabemos si seguir por el centro del país o si atrevernos a ir a la península de Nicoya. Estamos en época de lluvias, sobre todo en la zona del Pacífico y, al parecer, en esta época del año las carreteras de Nicoya se ponen fatal.  Anuncian nubes y lluvias, pero todo y con eso no queremos quedarnos con la espinita de acercarnos a Mal País, Santa Teresa y Montezuma, ya no sólo por el surf, sino también por el ambiente y las playas. Lo comentamos con la recepcionista del albergue y nos dice que si vamos, lo hagamos con la idea de vivir una aventura. Que no nos vayamos a pensar que conducir por allí (Nicoya) es tan fácil como conducir por aquí (Santa Elena). ¿Holaaa? ¿Fáciiil? Los pedruscos, el barro y las pendientes de esta zona no son fáciles de transitar. Pero para eso hemos invertido en un 4x4, ¿no? ¡¡Hello Nicoyaaa!!


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