sábado, 17 de noviembre de 2012

Día 48. Bocas del Toro



Para llegar a Bocas del Toro tenemos que agarrar dos buses diferentes y una lancha (véanse más abajo las fotos del lavabo en la "parada de lanchas", no tienen desperdicio). Hablamos de buses, pero en realidad son minifurgonetas tuneadas al gusto del conductor. Las hay más sobrias, con el tapizado de los asientos en terciopelo gris; más ambientadas, con la cabina del conductor llena de abetos olorosos de todo tipo; más hi-tec, con un televisor de plasma más grande que el de muchos hogares españoles, y más pitbulleras, con el tapizado de flores y a ritmo de “Mami, dame ricoooo”, “Papi, toma tu medicinaaa”, “Me gusta sabrosonaaaa”. Al principio, hace cierta gracia: “Anda, aquí también suena Pitbull”, pero cuando ya van por la quinta canción seguida, lo único que quiero es tirarme por la miniventana de la minifurgoneta, si cupiera por ella, claro.


Directito al mar.
Llegamos a Bocas con Lisa y Henry, un colombiano y una italiana que conocimos en Boquete y con los que hicimos muy buenas migas (¡un saludo chicooooooooooooos!). La primera noche nos alojamos juntos en un auténtico tugurio. Al día siguiente, salimos por patas y encontramos algo que está mucho mejor: Mondo Taitu. Queremos ir a Cayos Zapatillas (allí se rodó la primera edición de “Supervivientes”), dicen que es un auténtico paraíso, pero sólo se puede visitar en un tour y nos parece carísimo, así que abandonamos la idea. Seguro que hay otras alternativas.

La calle principal de Bocas del Toro.
Por ejemplo, la playa de las Estrellas. Hasta el momento, sólo he visto una estrella de mar, cuando hicimos snorkel en Corcovado y la posaron sobre mi mano. En la playa de las Estrellas sólo tienes que darte un baño para verlas. Es impresionante. A cada paso hay una, y son inmensas y de diferentes tonalidades naranja. Seguimos en temporada baja y no hay ni un turista, así que nos ponemos antimosquitos para que no nos coman y dedicamos el día a leer, escribir y buscar estrellas. Cuando regresamos al hostal, nos espera una gran cena preparada por Henry, es cocinero y sabe lo que se hace entre fogones. Tenemos que reconocer que desde que salimos de Barcelona, no hemos comido en ningún sitio mejor que con ellos.  






Durante nuestra estancia en Bocas también vamos a isla Bastimentos. Allí hay una playa llamada Red Frog, en la que se puede ver una especie de rana, diminuta y roja, que sólo vive en este rinconcito del mundo. Fran tiene la suerte de ver una. Como nos hace un día de sol espléndido, nos relajamos en la arena blanca una vez más. Aquí la palabra “estrés” no existe… Lástima que no tengamos fotos de este día, varios locales nos avisan de que los robos en dicha playa suelen ser frecuentes, así que decidimos dejar la cámara en el albergue e ir casi con lo puesto. 

Foto de archivo.

Cero estrés.

Nos despedimos de Bocas del Toro con una cena exquisita con Henry y Lisa: dorada con mostaza casera, patacones, arroz al curry y ensalada con limón. (Mamás, como veis estamos comiendo muy bien. Amigos, tranquilos, estamos tomando nota de todo para preparároslo cuando regresemos.) Llevamos una semana viajando juntos y se nos hace raro pensar que mañana cada uno irá por su lado, ahora que nos habíamos acostumbrado a la compañía… Pero, no sé por qué, algo me dice que esto no se acaba aquí. 




Dejamos Bocas del Toro y nos dirigimos a Santa Catalina, uno de los mejores spots de todo Centroamérica para hacer surf, pero antes tenemos que pasar una noche en David. Así que, como comentábamos en la anterior entrada, regresamos a la primera ciudad que pisamos nada más entrar en Panamá. 

El hostal está bien. Esta vez decidimos dormir en una habitación colectiva, son más baratas, y nos toca con una pareja de australianos, un alemán y un estadounidense entrados en edad. Hasta ahí todo bien, cap problema. La cosa empieza a enrarecerse cuando vemos que el señor estadounidense abre cada dos por tres su locker para beber de una botella que no alcanzo a ver… Olvidamos el asunto, pero diez minutos después de que el señor caiga rendido en su cama (sobre las once y media de la noche), empieza a roncar de la forma más exagerada que he oído en mi vida. Sólo diré que me dan ganas de levantarme y aporrearle con la almohada, pero sus repentinos gritos en inglés y los manotazos que da al aire me detienen. Una hora y media después, me levanto y me voy a dormir a recepción, con Gustavo, el vigilante nocturno, y Cutesi, el perro. Veinte minutos después, sale el chico australiano; diez después, su novia y cinco después, voy a buscar a Fran. Es imposible no volverse loco ahí adentro. Cuando el vigilante ve el panorama, nos cambia de habitación. Pero lo mejor de todo es que cuando Fran y yo entramos a la habitación donde el señor duerme tan a gusto a buscar nuestras cosas, nos damos cuenta de que el tío está espatarrado en medio de la cama… ¡en pelota picada! Como sus gritos en spanglish y sus movimientos espasmódicos no han sido suficiente, nos vamos a dormir con la imagen de la chorra de dicho señor en la mente. ¡Qué horror! ¡Y qué ganas de llegar a Santa Catalina!

Empieza a ser urgente arreglarle el ojo a Pingu. Laura, ¡ven corriendo!



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