Nos despedimos de Costa Rica a lo grande. Todo el mundo nos dice que Bahía Drake y Corcovado son de lo mejorcito del país, y en cuanto nos subimos al bote en Sierpe para llegar al alojamiento, nos damos cuenta de que es cierto.
Cuando nos enseña la cabaña en la que vamos a pasar los próximos días, nos quedamos boquiabiertos. El entorno es impresionante, pero la cabaña es de lujo. ¡Hasta tiene secador! Y no podría estar dispuesta con más gusto. Y el baño…, está abierto y se pueden oír los guacamayos y los monos aulladores mientras te duchas.
Como decíamos, los últimos días que pasamos en Costa Rica son realmente especiales, y Juan nos hace sentir como en casa. Pero vayamos por partes.
Recuperados de la alegría de saber que los próximos días vamos a dormir como nunca, decidimos las excursiones que queremos hacer. Nos apetece mucho andar y hacer snorkel. Pero empezamos por una excursión a caballo que creo que, sobre todo yo, no olvidaré nunca.
Vamos con Diego y nos lo pasamos pipa. En mi vida he montado a caballo, por eso casi entro en pánico cuando tras diez minutos de paseo veo que tenemos que cruzar un río que va bien cargadito de agua. Para que me entendáis, aquí va una foto:
Al día siguiente salimos bien pronto. Nos espera una caminata de siete horas en la que vemos todo tipo de aves, ranas, monos, coatíes, incluso a un perezoso comiendo y, acto seguido, echando la siesta. Esta vez vamos con Gustavo. Nos asombra su facilidad para imitar el sonido de todo tipo de animales y lo mucho que sabe acerca de la flora del lugar. Bebemos agua de una rama, leche de un tronco y nos enseña el equivalente natural de la Viagra y el ibuprofeno. Nos ponemos de barro hasta las cejas, suerte que llevamos botas de agua, y nos mojamos volviendo por el río, pero creo que no podríamos haber tenido un mejor guía. Esa noche, Juan nos cocina paella con langosta (¡mmm!).
Fijaos en la serpiente comiéndose a la rana. |
La casita de los murciélagos. |
Gustavo nos enseña a sacar una espina con otra espina. |
Volvemos a salir pronto, esta vez hacia la isla del Caño. Roy, un guía simpatiquísimo, nos acompaña y nos orienta durante el rato que estamos haciendo snorkel. Nosotros ya lo habíamos practicado en una ocasión en México, pero muy en plan casero y casi casi en la orilla. Esta vez la cosa va un poco más en serio. Pasamos más de una hora en el agua y aún alucino con la de peces que vemos: bancos casi infinitos de jureles, peces globos amarillos, peces globo moteados, rayas oscuras, rayas moteadas, vimos peces rayados, a Dori (“sigue nadando, sigue nadando”), estrellas de mar y lo mejor de todo… ¡tiburones! Sí, sí, casi me ahogo intentando bucear con el tubo (ya he dicho que soy casi primeriza… y un poco torpe), pero cuando ya doy por perdido lo de ver al tiburón de debajo de la roca, de repente sale uno y nos pasa por debajo de las piernas. Ojipláticos nos quedamos. Acabamos el día haciendo una caminata preciosa que nos lleva más de tres horas, a cruzar un río a nado (Fran se atrevió, a mí me llevó un señor en canoa) y a ver el atardecer bañándonos en playa Caletas.
Los compis de snorkel. |
La semilla del amor. |
Para los fans de la gorra de Fran. |
Aquí nos sentimos tan bien que podríamos quedarnos semanas, meses. Pero lo único que podemos hacer es despedirnos de Juan y darle las gracias por todo, desearle unas buenas vacaciones y salir prontito al día siguiente dirección Panamá.
Aquellos que estéis pensando en viajar a Costa Rica no podéis perderos ni bahía Drake, ni Corcovado, ni Finca Maresia. En serio. Hay gente que ya pide habitación para 2013. Aquí os dejamos la web y algunas fotos, así entenderéis mejor de lo que hablamos.
www.fincamaresia.com
¡Pura vida!
Jo, qué felicidad!
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