viernes, 16 de agosto de 2013

Día 321. Malasia: Kuala Lumpur – Cameron Highlands – Penang

Llegamos a Malasia pasadas las dos de la madrugada el día en que finalizaba el mes de ramadán y daba inicio la festividad del Hari Raya Aidilfitri. Los cuatro días siguientes fueron asfixiantes en muchos sentidos: cuarenta grados a la sombra y todo el mundo a la calle y teniendo en cuenta que en esta ciudad viven unos 15 millones de personas, son muchas personas por todos lados. Durante esta especie de Navidad islámica todo el país se desplaza para reencontrarse con sus familiares. Era prácticamente imposible callejear por algún sitio. Así que decidimos tomárnoslo con calma y ver poco a poco los atractivos de esta ciudad. 


Paseamos por Chinatown y acabamos tan cansados de esquivar a la gente que nos metimos a comer en el primer sitio que vimos: un McDonald’s. Después de comer, nos acercamos hasta el mercado central y “paseamos” un rato más por Little India, donde asistimos a una curiosa ofrenda. 



Cómo no, también nos acercamos a ver las torres Petronas y su lujoso centro comercial, que no nos impresionó tanto como el que teníamos al lado del hostel: nueve plantas a rebosar de tiendas, restaurantes, cines y ¡una montaña rusa! 

 
Montaña rusa dentro del centro comercial
Tres días en Kuala Lumpur fueron más que suficientes para explorar la capital de este país en pleno crecimiento económico. Así que iniciamos nuestro camino hacia el norte con la primera parada en Cameron Highlands. 

Esta región, del mismo tamaño que Singapur, es conocida sobre todo por las plantaciones de té y goza de un clima bastante más suave, incluso fresco por la noche, que el resto del país. Aquí hicimos una caminata que empezamos por el bosque primario y acabamos en las preciosas plantaciones de té. Nuestro guía nos enseñó muchas cosas acerca de Malasia y el té: por ejemplo, que el blanco, es el más caro de todos. Sólo se puede recoger a mano porque en su producción se emplean exclusivamente los tallos más recientes. De ahí que 10 gramos cuesten unos 15 € en la misma plantación.





Volvimos al asfixiante calor cuando llegamos a Penang, una isla conectada con la península por dos impresionantes puentes de más de 13 km de largo. Nos apetecía mucho ir a Penang y la idea disfrutar de su gastronomía, pues dicen que es uno de los dos lugares donde mejor se come de todo el país (el otro es Melaka). El problema fue que en Cameron Highlands nos pasamos con la comida india y nuestros estómagos no estaban para muchas tonterías cuando llegamos a Penang, así que nos limitamos a comer arroz con pollo o con cerdo braseado riquísimo. 






Para atajar el problema estomacal decidimos ir en busca de comida más occidental y nos dimos un pequeño lujo en un restaurante donde sólo podías elegir entre el bistec grande o el pequeño, ambos acompañados con ensalada, patatas y pan. Nos pareció un poco caro pagar 15 € por el “menú” (hay que tener en cuenta que aquí una comida normal cuesta 1,5 € con bebida incluida), pero también tenemos que decir que es uno de los bistecs más exquisitos que hemos probado. Y nuestros estómagos no se quejaron demasiado.




 Nos hubiera gustado ir a algunas de las islas, Perenthian o Tioman, porque hemos leído que son espectaculares, pero encontrar alojamiento en estas fechas y en ambas islas parecía misión imposible, llegar y buscar algo con las mochilas a cuestas y los estómagos delicados nos apetecía poco y teníamos que solucionar algún que otro problemilla con la compañía de nuestro siguiente vuelo, así que decidimos regresar un par de días antes a Kuala Lumpur y disfrutar de ella sin multitudes.  

sábado, 10 de agosto de 2013

Día 311. Los martes, ni te cases ni te embarques

Y nosotros decidimos embarcarnos. Pero empecemos por el principio, que, además, es la parte buena. 

Llegamos a Nusa Lembongan en apenas una hora de barco, pero hacía tanto calor que en cuanto encontramos el alojamiento dejamos las mochilas y nos tiramos a la piscina. Era bastante tarde y aún teníamos que comer, así que decidimos dejar lo de alquilar una moto para el día siguiente y dedicar la tarde a explorar esa parte de la isla a pie. En realidad, no había mucho que explorar, pero encontramos otro alojamiento la mitad de barato y en primera línea de playa para los siguientes días. 



Lembongan es una isla bastante pequeña a la sombra de las hermanas Gili y de Bali. Injustamente infravalorada, es el Bali que nosotros teníamos en mente: playas escondidas, calas desiertas y preciosos acantilados. Además, tiene un bosque de manglares y conecta con otra isla mucho más diminuta a través de un puente: Nusa Ceningan. Por desgracia, no la pudimos visitar porque la tormenta de hacía unos días se había llevado el puente por delante.

Todo lo que sube...

... baja



Llegamos a Indonesia pensando en descansar, tomar el sol y no hacer nada, y aquí encontramos el lugar perfecto para hacerlo. Además, un gran porcentaje de turistas se siente atraído por el resto de islas, descritas en la guía como mucho más exóticas y fiesteras, por eso Nusa Lembongan se convirtió para nosotros en el lugar perfecto para disfrutar de nuestras vacaciones. Aunque sabemos que desde fuera es complicado entenderlo, un viaje como éste también requiere unas pequeñas vacaciones :d



 



Lembongan nos encantó. Nos relajamos todo lo que quisimos, leímos, comimos, paseamos, nos bañamos en aguas turquesa, hicimos fotos, bebimos, volvimos a comer… ¿Qué más se puede pedir? ¿Una isla aún más pequeña, más tranquila y con aguas increíblemente cristalinas? Hecho. ¡Nos vamos a Gili Meno!



Cuando uno piensa que ya ha visto islas increíbles y llega a Gili Meno, se queda encantado. Por lo menos eso es lo que nos pasó a nosotros. Gili Meno es diminuta, se puede rodear a pie en una hora y puedes pasarte el día entero compartiendo una playa de arena blanca con tan sólo dos personas más, ya que de nuevo los turistas suelen elegir entre Gili Air o Gili Trawangan, con más música y alcohol. Cuando llegamos, después de casi tres horas de barco, nos dirigimos al hotel y luego a zambullirnos directamente en el mar. 

 

 

No hay país del que no tengamos algo que explicar en relación con los hoteles. Si en Nusa Lembongan nos quisieron meter en una habitación más cara porque no les quedaban básicas con ventilador, como la que habíamos reservado, en Gili Meno acabamos en otro alojamiento porque semanas antes un suave terremoto había acabado con las cañerías del hostel en el que habíamos hecho la reserva. La habitación estaba muy bien, pero una vez más salimos a buscar otra cosa y encontramos EL alojamiento del viaje: una cabaña de bambú a tres metros del mar. Cuando subía la marea casi podías toca el agua con los dedos de los pies :-) 


 

 

Como en Nusa Lembongan, los días en Gili Meno fueron la mar de tranquilos y silenciosos. Sólo interrumpidos por los cascabeles de alguno de los caballos que tiran de los carros a modo de taxi. Y es que tanto en esta Gili como en las demás, no está permitido el transporte motorizado. Así de idílica fue nuestra estancia en estas islas hasta que decidimos irnos y volver al lío.


Se suponía que la cosa tenía que ser sencilla y relativamente rápida: desde Gili Meno hasta nuestro hostel había unas cuatro horas. La realidad fue la siguiente. Llegamos a Gili Trawangan a primera hora de la mañana, desde la mayor de las Gili íbamos a agarrar el bote que nos llevaría a Bali en unas dos horas. Hicimos tiempo desayunando y paseando y a la hora acordada estábamos en la agencia.

Cuando llegó el barco, con una media hora de retraso, la tripulación abrió dos de los tres motores y empezó a trastearlos. No quisimos augurar nada malo, así que nos engañamos pensando que serían tareas de mantenimiento. Con todo listo, subimos a bordo y partimos. Sólo habían pasado diez minutos de trayecto cuando uno de los motores empezó a hacer un ruido raro. Un segundo después se paró. Los turistas nos miramos extrañados y miramos también a los miembros de la tripulación, que hablaban entre ellos con gestos bastante claros.  Uno de los motores había fallado y volvíamos a Gili Trawangan para arreglarlo, pues hacerlo allí en medio del mar con el oleaje resultaba complicado. 


Desembarcamos y tras decirnos que no nos preocupáramos porque lo iban a arreglar enseguida, añadieron que si por algo no lo podían solucionar ése era el único barco con el que ellos trabajaban y que también era el último del día hacia Bali. ¡Genial! Nosotros nos lo tomamos con bastante tranquilidad, no nos hubiera importado nada quedarnos otro día más en las islas, pero había gente que esa misma tarde tenía que agarrar un avión. También hubo quien, con un cabreo monumental, pidió que le devolvieran el dinero, pero eran unos chicos que a la ida también la habían liado un poco. Por lo general, todos reaccionamos bastante bien. Y convencidos de que íbamos a llegar al destino.

Media hora después, con una hora de retraso y cuando parecía que todo estaba arreglado, volvíamos a emprender rumbo a Bali. En esta ocasión el motor aguantó algo más, pero volvió a fallar así que nos preparamos para dar media vuelta de nuevo. Sin embargo, seguimos adelante porque, al parecer, ya estábamos demasiados lejos de la isla. Decidieron ir tirando con  dos de los tres motores, más despacio y ya está. El tema es que en el trozo de océano que separa Bali de las Gili hay unas corrientes y unas olas brutales, y aunque intentaron arreglar el otro motor en marcha, no lo consiguieron. Mientras tanto, cada vez más gente iba pidiendo bolsitas de plástico y se pasaba pastillas para el mareo. Aparte del vaivén del mar,  el calor que hacía dentro del barco era insoportable y no podíamos abrir las ventanas porque entraban las olas a pares. 


Cuando pensamos que ya nada podía ir peor, se rompió un segundo motor. Durante un buen rato navegamos a dos por hora y aquí nos empezamos a poner nerviosos. Los que tenían que coger un avión y los que no. Sólo queríamos llegar sanos y salvos, y la tripulación sólo hacía que sacar destornilladores y botes de líquido engrasante y rezar (no es broma). ¿Por qué nadie avisaba por radio de que estábamos teniendo tantos problemas?

Tres horas después llegamos a Bali, ¡qué bien! Nooooo. Qué bien si hubiéramos llegado a Sanur, que es donde nos tenían que desembarcar a todos y repartirnos por los hoteles. En cambio, nos dejaron en Amed, a unas dos horas de Sanur. Nos dijeron que llegar hasta Sanur o Padang Bay con un solo motor era demasiado peligroso, por eso habían cambiado la ruta. Así que nada, después de tres horas en barco, siguieron dos horas más en los taxis que fue parando el capitán del barco en medio de la carretera. Buscándole el lado positivo, vimos una parte más de la isla, la del norte y la que, paradójicamente, nos pareció más bonita.


Al fin, a las ocho de la noche llegamos a Sanur y un segundo taxi nos acercó a nuestro hotel, al que llegamos pasadas las nueve, con unas cinco horas de retraso y un cabreo monumental. No hay que olvidar que el primer barco lo habíamos agarrado a las ocho de la mañana. Pero lo peor de todo es que después de llegar a Bali, el barco tendría que haber seguido rumbo a otras islas a dejar a otros pasajeros. Evidentemente, estos pasajeros no llegaron a su destino y tuvieron que dormir en Amed. Por lo menos es un pueblo bonito.   

La guinda de toda esta historia es que era el cumpleaños de Débora. Y lo que tenía que haber sido un día tranquilo de comilonas, playa y cuatro horas de traslado, acabó convirtiéndose en  la mismísima Odisea.


A pesar de todo, nos despedimos de Indonesia contentos por haberla visitado y muy morenitos. El siguiente avión nos llevaría hasta Malasia y con ella recuperaríamos la esencia del viaje: mochilas a los hombros, dormitorios compartidos y comidas por un dólar. 

miércoles, 7 de agosto de 2013

Día 303. Bali, la isla de las cometas

Desde el principio hemos querido acabar el viaje en Filipinas o Nepal. A estas alturas ya sabemos que, debido al clima de dichos países en esta época del año, no va a poder ser ni en un sitio ni en otro, por eso volamos a Bali convencidos de que si el viaje tenía que acabar en breve, éste iba a ser el lugar perfecto para cerrarlo: olas, playas, buen tiempo y cerveza fría. La mala noticia es que poco de todo esto encontramos en la meca de los surfistas. ¿Las buenas? que teníamos el paraíso a la vuelta de la esquina y que Indonesia no iba a ser la última parada. 


Nada más aterrizar en Denpasar empezamos a intuir lo que nos esperaba la siguiente semana: turistas y más turistas. Lo que no imaginamos es que la isla estuviera tan poblada de gente, motos, coches y camiones. Y eso nos pasa por no mirar el mapa. Andábamos tan cegados con la idea de disfrutar del surf y la playa que nos imaginamos Bali como una Formentera asiática cuando en realidad es más bien como dos Mallorcas, pero llena de franceses y españoles.



Fuimos súper bien acogidos por Marta, la gerente del hotel Mote Surf, nuestra casa durante los siguientes diez días. Un lujazo con piscina y un baño descubierto de revista. Alquilamos una moto y empezamos a explorar la isla al tiempo que Fran se reencontraba con las olas. 






 Estuvimos en Kuta, donde se concentra todo el ocio diurno y la marcha nocturna; subimos por la costa casi hasta llegar a Medewei, uno de los buenos spots para hacer surf; bajamos hasta Padang Padang y Uluwatu para observar las olas perfectas, sólo aptas para surfistas muy experimentados; visitamos el templo de Tanah Lot y Uluwatu, y nos acercamos hasta Ubud para conocer a los monos. 




También vimos los alrededores de Amed, que son preciosos la verdad, pero por algo que contaremos en la siguiente entrada hubiéramos pagado por irnos de aquí sin verlos.




Tardamos tres o cuatro días en aceptar que aquello no era lo que en principio teníamos en mente; en realidad, nadie nos había dicho que Bali fuera el paraíso. A Bali se viene a hacer surf, y de hecho es casi el paraíso para los surfistas, así que decidimos dejarnos llevar por la rutina de surfear por la mañana, ir a comprar el desayuno de vuelta al hostel, recorrer los alrededores, comer, descansar en la piscina por la tarde y salir a cenar. Hiciera el tiempo que hiciera y sin tener en cuenta el rato que tuviéramos que pasar encima de la moto.




 Un amigo nos dijo que durante la primera semana íbamos a odiar la isla. No fueron tantos días pero es cierto que al principio no nos gustó nada. Ahora bien, pasado cierto tiempo y contagiados por el estilo de vida, uno incluso puede imaginarse viviendo allí, en un mundo totalmente diferente al nuestro: con diferentes ceremonias religiosas al día, comiendo en warungs, escuchando las oraciones por megafonía a primera y última hora del día, y conviviendo con gente amabilísima. Lástima que al gobierno se le haya ido de las manos el tema del turismo y se puedan ver imágenes tan surrealistas como a un señor reconstruyendo el suelo de un templo con canciones de Rihanna de fondo provenientes del burguer de enfrente. 


La segunda parte de nuestros días en Indonesia iba a tener lugar en islas más pequeñas, pero hay tantas y tan diferentes que no sabíamos cuáles elegir. Además, el tiempo no nos estaba acompañando demasiado, por lo menos en Bali, y la idea de trasladarnos a otras islas con las mismas nubes nos tenía un poco desinflados. Nos hubiera gustado acercarnos a Komodo y Flores para ver los dragones y porque nos habían dicho que esta área a nivel de fauna y flora marina es espectacular, pero no disponíamos de tantos días, así que nos decidimos por las vecinas Lembongan y Gili Meno, la más tranquila de las tres Gili. Y acertamos de pleno. Pero eso ya os lo contamos en la siguiente entrada.