Tenemos que reconocer que después de dos semanas de voluntariado, nos dio algo de pereza volver a ponernos la mochila. Habíamos vuelto a conocer la rutina, la comodidad, de alguna manera, que aporta un trabajo que más o menos sabes hacer, las mismas personas y el mismo lugar cada día, sin lugar para los imprevistos ni la improvisación. También tenemos que decir que dicha pereza nos duró los diez minutos previos a la hora de partida. Enseguida nos invadió la emoción de la incertidumbre y la novedad.
Llegamos a Valdivia tras pasar otra noche en un autobús. Nos instalamos en el hostal, y como sólo eran las ocho de la mañana fuimos a dar una vuelta por la ciudad. Lo primero que conocimos fue la costanera, el paseo que bordea el río, y en cuyo final nos esperaban un grupo de leones marinos gigantes.
También paseamos por el mercado, vimos algunos torreones de la época de la conquista, desayunamos, fuimos a la plaza principal y aprovechamos para renovar algunas camisetas que empezaban a andar solas.
Lo que más nos gustó de Valdivia es que está llena de verde. Nosotros escogimos ir al jardín botánico, al parque Saval y a Punta Curiñanco.
Y a pesar de que el jardín nos dejó alucinados, Punta Curiñanco nos conquistó con los miradores y el bosque de olivillos.
Algunos días después, aterrizamos en Puerto Varas. Llegamos un poco agotados, así que nos dimos un lujito y fuimos a cenar al bar de debajo del hostal. Y mira, tú, ¡qué bien! Resulta que justo al final de nuestra calle había montada una feria artesanal con puestecitos donde vendían artesanías y kuchen caseros. Aquí empezaron cuatro días seguidos de comer pies, kuchen y tortas. Teníamos que aprovechar. La Región de los lagos rezuma influencia alemana por todas las esquinas y no podíamos obviar la oportunidad de probar las delicias del lugar, de las cuales ya nos habían advertido varias personas.
Recorrimos la ciudad siguiendo las marcas de “circuito cultural” que te llevan a ver las construcciones típicas de la región, la mayoría casas que en su día pertenecieron a pioneras familias alemanas, el cerro, con vistas impresionantes de los volcanes, y la costanera.
También dedicamos un día a pasear por Frutillar, admirar su teatro del lago y comer más kuchen.
Y, finalmente, visitamos los saltos de Petrohué e intentamos hacer un treking de cuatro horas por el lago Todos los santos. “Intentamos” porque justo el día que fuimos a hacer la caminata se celebraba una competición de BTT. Así que tras dos horas ascendiendo mientras las bicis bajaban a toda velocidad por la loma del volcán, decidimos que lo más inteligente era regresar y admirar el lago desde la orilla.
Descansados y con el estómago lleno, ya podíamos seguir con nuestra aventura chilena. Siguiente parada: Chiloé y los pingüinos de Humboldt y Magallanes. Pero antes teníamos que hacer una parada en Puerto Montt para comprar la que iba a ser nuestra nueva compañera de viaje: una carpa para dos, que pesara poco y en la que cupieran todos nuestros bártulos.
Muchos viajeros nos habían comentado que el sur de Chile se puede hacer perfectamente con tienda de acampar, así que hicimos números y pensamos que sería un buen modo de vivir la experiencia de otro modo: un poco menos cómodo, pero más libre. Diferente.
Que guay!! Más aventura todavía?? tienda de acampar!!!
ResponderEliminarCuidadooooo que con tant vegetación algún bichejo habrá!
Muak