jueves, 27 de junio de 2013

Día 261. El Vietnam más auténtico: Ninh Binh

Nos desviamos hasta Ninh Binh porque queríamos visitar unas cuevas. Lo que no imaginamos es que en esta zona del interior descubriríamos el Vietnam más auténtico. 



Llegamos en un autobús cama a las seis de la mañana, justo cuando la dueña del hostel abrió la puerta de recepción. Después de enseñarnos la habitación, nos pusimos a dormir como un par de lirones hasta la hora del desayuno. Queríamos ir a ver unas cuevas y subir unos quinientos escalones para obtener una panorámica de toda la zona, así que alquilamos una moto y tomamos rumbo hacia una de las visitas que más nos iba a impresionar de todo el país. 




Tam Coc («las tres cuevas») es una zona de arrozales por la que transcurre el río Ngo Dong, del cual emergen formaciones kársticas espectaculares. Muchos la conocen como la «Halong Bay entre arrozales» por la similitud que tiene con las formas rocosas de la bahía. 





El paisaje es increíble y la tranquilidad que se respira es pasmosa, no se oye absolutamente nada. Cuando llegamos a la «estación de barcas» no había ni un turista. Acertamos comiendo (cabra) más tarde de lo habitual porque en el trayecto de ida casi no coincidimos con nadie. Lo que más nos gustó, aparte del paisaje, fue el hecho de poder circular por dentro de las cuevas, con el techo casi rozando nuestras cabezas. 









Después de este agradable paseo de dos horas, deshicimos el camino en busca de la Mua Cave, que tras subir sus 457 escalones, nos regaló una bonita vista de la zona. 







Las guías poco dicen de Ninh Binh, pero es una zona interesantísima. Lo mejor es que está apartada de la ruta que siguen los turistas y pocos se toman el tiempo de desviarse. Nuestra idea era quedarnos un par de días más y dedicarlos a visitar el parque natural de Cuc Phuong, pero hojeando los comentarios de antiguos clientes del hostel en el que nos hospedábamos, despertó nuestra curiosidad un tour de dos días que ofrecía Xuan, el dueño, por la zona más rural de la región. Al principio, nos pareció un poco caro, pero tanto leer que valía mucho la pena, decidimos arriesgarnos. Acabada la experiencia, podemos decir que regresamos con las piernas y el trasero hechos polvo, pero que, sin lugar a dudas, es lo mejor que nos llevamos de Vietnam. 





A las ocho de la mañana nos esperaban nuestras 125 cc en la puerta trasera del hostel. Ciento cincuenta kilómetros después (¡en una scooter!), llegábamos a casa de la familia que nos iba a acoger esa noche. Las cinco horas en moto no las hicimos del tirón, por supuesto. Paramos a echar fotos a los campos de caña de azúcar, trigo, a comprar cacahuetes, a ver cómo la gente trabajaba en los campos de arroz, a hablar con una familia de la etnia thai… Y justo cuando pusimos los pies en la cabaña, tenían la comida preparada: tripas de pescado, carne, verduritas fritas, arroz y litros de vino de arroz. 







Hacía tiempo que no nos echábamos una siesta como lo de aquel día: las hamacas nos remontaron a nuestros primeros meses de viaje y nos dejamos balancear por la brisa. Poco faltaba para que se escondiera el sol cuando nos volvimos a calzar las bambas para ir a recorrer las terrazas de arroz. Dos horas disparando fotos sin parar, asombrados por las diferentes tonalidades que íbamos descubriendo y por lo currantes que son las mujeres en Vietnam (y en el Sudeste asiático en general).  



 





En Vietnam, las mujeres (niñas, jóvenes, señoras y abuelas) trabajan hasta deslomarse. Mientras que ellas abonan el campo, plantan el arroz a mano, lo cortan y lo amontonan, muchos de ellos sólo trasladan los sacos de arroz en la moto o echan una mano, pero me da que poca. El día en que las mujeres de los países subdesarrollados se unan y decidan rebelarse, el mundo, en general, y los hombres, en particular, sabrán lo que es bueno.





 

Hecho este punto y aparte, sigamos con la visita :) Para cenar nos dieron sopa de pato, con verduras, cacahuetes y arroz, y más vino de arroz,  que mi paladar lo asemeja a una potente mezcla entre vodka y tequila, así que dormimos profundamente toda la noche. Al día siguiente, después de agradecer muchísimo el trato que la familia nos había dado, subimos de nuevo a las motos. Seguimos visitando más familias, una de ellas nos preparó un aperitivo a base de maíz hervido con azúcar y saltamontes incluidos, caminando por las terrazas, hasta terminar la visita en unas cascadas. ¡Un bañito y para casa! 







Fueron dos días muy muy chulos. Primero, porque tuvimos el lujo de estar en una zona en la que parece que no ha pasado el tiempo. Muy poco modificada por la mano del hombre, con familias que viven de la tierra, que escuchan las noticias por megafonía mientras recogen el arroz, que no saben de contaminación ni ruido. Y en segundo lugar, porque nos hicieron sentir como en casa. 





Siempre he pensado que el exceso de ciertas cosas no puede ser bueno. Y eso pasa con los turistas. En las zonas que están a punto de reventar de extranjeros es donde los locales presentan más caras largas, malas contestaciones y cierto afán de aprovechamiento. En las zonas más apartadas, la gente es muy amable y siente mucha curiosidad, de modo que uno puede agradecer mejor lo que recibe. Por eso, si nos preguntáis, negaremos haber estado en Ninh Binh, para que todo siga igual de auténtico durante muchos años :)))))





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