sábado, 27 de julio de 2013

Día 300. Singapur. ¿Estamos en Asia?

Por última vez en este viaje, nos despedimos de Bangkok y subimos al avión que nos llevaría hasta Singapur, allí nos esperaba Yee-Pin, el chico que había aceptado nuestra solicitud de couchsurfing. Intentamos dormir gratis en sofás ajenos en otros momentos de la aventura, pero siempre habíamos avisado con muy poco tiempo, así que ninguna de las veces anteriores la experiencia acabó de arrancar. Esta vez sí; íbamos a pasar cuatro días en casa de un desconocido en uno de los países asiáticos más caros, algo que nos venía de perlas. 


Nada más aterrizar y recoger las maletas, nos dirigimos al MRT, el tren que te lleva hasta el último rincón de Singapur y que nosotros acabaríamos cogiendo una media de tres o cuatro veces al día. Es imposible perderse en esta red de transporte. Está todo perfectamente indicado, incluso te dicen dónde tienes que colocarte para esperar a que la gente salga del vagón y por qué puerta tienes que salir en función del lugar al que quieres ir. Ya vamos advertidos de que éste es un país muy organizado, limpio, y su gente, extremadamente disciplinada. ¿Será por los castigos y las multas que impone el gobierno? Nuestro compañero de piso dice que sí, que en Singapur las penas son tan surrealistas que nadie se atreve a hacer prácticamente nada que esté fuera de la ley, como comer o beber en los vagones de tren y ya no hablamos de robar o de cometer cualquier otro delito. Por eso tampoco hay policías por la calle. 



Nos sentimos muy seguros en Singapur, pero también algo extraños. Estamos en Asia pero estamos en un mundo aparte. No hay desorden en el tráfico, no hay puestos de comida en la calle, ni basura, nadie reclama nuestra atención para que nos subamos a su tuk-tuk o para que contratemos su excursión. Y por unos días, lo agradecemos. 



Echábamos de menos patear por la ciudad y durante casi tres días así lo hicimos, y acabamos rendidos. Visitamos el barrio chino, el indio y el árabe, con sus diferentes centros religiosos y sus olores tan característicos. 







 


También fuimos a ver el inmenso Marina Bay Sands, un complejo enoooorme que incluye un hotel, un centro comercial con un río dentro en el que puedes pasearte en barca, un museo, un casino, salas de exposiciones y un sinfín de cosas más. Más que bonito es impactante de una forma increíble. 




 

Paseamos por los jardines que hay enfrente del hotel y vimos un par de espectáculos de agua, sonido y color. Y, por último, también visitamos el jardín botánico, el Paseo de Gracia singapurense y la zona de bares. Ni los días ni nosotros dimos para más.  






Singapur ha sido como estar dentro de una burbuja, un paréntesis antes de ponerle el broche final al viaje. No acabamos de saber si nos ha gustado o no, nos ha dejado un poco sorprendidos y extrañados al mismo tiempo: demasiado organizado, demasiado limpio, mucho consumismo y todo negocios. Sabemos que, por ahora, no podríamos vivir en un sitio así, pero nos llevamos un buen recuerdo de estos días y de nuestro anfitrión, Yee-Pin, que nos trató súper bien y nos dio la oportunidad de conocer Singapur desde dentro.



Abandonamos Singapur para dirigirnos a Indonesia: Bali, Nusa Lembongan y Gili Meno nos esperan. Pero nos vamos con el intríngulis de no saber si ésta será la última parada del viaje. Por si lo es, ¡vamos a disfrutar de lo lindo de estas dos semanitas!

lunes, 22 de julio de 2013

Día 297. El final de Tailandia: Sukothai – Ayutthaya – (por tercera vez) Bangkok

Nuestros últimos días en Tailandia los pasamos entre templos. Primero nos esperaba Sukothai, una ciudad que hoy en día no tiene demasiado encanto, pero que en su momento fue la capital del primer reino tailandés. Todo el encanto que Sukothai ofrece en la actualidad se debe a los restos de dicha capital, ahora llamada “ciudad histórica” y considerada patrimonio de la humanidad por la Unesco. 



Y no nos extraña que así sea. Los templos son preciosos, están muy bien conservados y se pueden recorrer fácilmente en moto o en bici porque las distancias son muy cortas. Además, están anclados en una zona ajardinada con muchos árboles, sombras y casetas para descansar. 



Aparte de visitar estas ruinas, poco más hicimos en Sukothai. Como siempre, catar la cerveza del país y disfrutar de los mercados nocturnos.  



Seguimos avanzando hacia Ayutthaya y ocurrió algo parecido, que la ciudad en sí no tenía demasiado, por eso “nos limitamos” a ver los templos. En este caso, sin embargo, no se encontraban en tan buen estado y estaban todos desparramados por la ciudad. 



Como a estas alturas del viaje, nos parece que visto un templo vistos todos, decidimos de antemano qué ruinas nos interesaba ver en lugar de pulular con la bici por todo Ayutthaya. Así nos evitamos un buen ratazo de calor y pedalear con la multitud entre coches, furgonetas y tuk-tuks. Nos perdimos en un par de ocasiones, pero estamos ya taaan acostumbrados… 



 ¡Y volvimos de nuevo a Bangkok! Con el tiempo justo para dar una vuelta por los alrededores del hotel, dormir y salir pitando al aeropuerto. Intentamos hacer algunas compras, se acerca el momento de volver y queremos comprar cuatro baratijas, pero no veas, tú, cómo han subido los precios desde la última vez que pusimos los pies en la ciudad (hará unos tres meses). Cómo se nota que ha empezado la temporada de turisteo europeo. Aumento de precios y ni un hueco para un alfiler…

¿Nuestro siguiente destino? Singapur. Nos subimos entusiasmados al avión, pues dos horas y media después estaríamos de camino a nuestra primera experiencia Couchsurfing :))))


martes, 16 de julio de 2013

Día 287. Tailandia. Segunda parte: Chiang Rai – Chiang Mai – Pai con Moon

El día que salimos de Laos conocimos a Moon. Un enfermero koreano de treinta y dos años que andaba viajando durante unas semanas por el Sudeste asiático. Al principio no nos hicimos mucho caso, era muy temprano e íbamos embutidos en un minbús con quince locales, pero acabamos haciendo muy buenas migas en  la frontera y viajamos con él durante una semana por el norte de Tailandia.  



Tenemos que reconocer que con Tailandia nos equivocamos. Llegamos a Bangkok y nos gustó tan poco que pensamos que todo el país iba a ser igual. Luego nos enamoramos de Ko Tao y ya nos fuimos hacia Camboya, donde nos enamoramos aún más. Ahora que llevamos más de diez días por el norte, tenemos que decir que Tailandia también es muy bonita. Quizás el hecho de que esté más desarrollada que el resto de países vecinos le quita un poco de encanto (hay más turistas, las carreteras son espectaculares y puedes comer hamburguesas con papas fritas en cualquier rincón del país), pero en el norte aún hay escondrijos tranquilos, alejados de las masas y con paisajes en los que estarías fotografiando cada cinco metros.


Nuestra primera parada fue Chiang Rai, aquí nos alojamos en un hostel que se ha colocado entre los primeros puestos de la lista de «Hoteles cutres» de este viaje: sábanas usadas, un ciempiés en la pila del baño, una lagartija enorme en la ventana y pelitos en el desagüe. Eso sí, el más económico que hemos pagado hasta el momento.

La ciudad de Chiang Rai no nos pareció muy bonita, pero en ella puedes hacer de todo: desde aprender a dar masajes hasta un curso de cocina, retiros de meditación, yoga… Aun así, nosotros optamos por alquilar una moto y visitar los alrededores. Empezamos por el White Temple, un templo completamente blanco y muy surrealista. Su interior lo comparten una pintura bastante grande de buda y decenas de dibujos de todo tipo: está Doraemon, Hello Kitty, un habitante de Avatar, Michael Jackson, Harry Potter, las Torres Gemelas en llamas, Freddy Krueger, Neo y un sinfín de personajes más. Tenemos que decir que el día que visitamos este templo nos dimos cuenta de que la mitad de España ya había cogido vacaciones y estaba en Tailandia. En casi diez meses de viaje nos habíamos encontrado a unos nueve españoles; ese día, en ese templo, por lo menos había quince. Y no es que nos vayamos buscando, es que se nos oye a la legua… :)))


 



Un templo un poco raro
 Seguimos avanzando hacia el norte hasta llegar a Mae Sai, la frontera con Myanmar. Paseamos por el mercado y vimos la variedad de productos y la mezcla de gente que hay en esta zona límite tan particular. Particular para nosotros porque las fronteras nos suelen generar rechazo, nos parecen lugares grises, hostiles, pero ésta la encontramos incluso acogedora. Quizás fue el mercado, lleno de mil y un productos diferentes (comida, graciosísimas fundas para el móvil, navajas machete, millones de gafas de sol, cojines, pijamas, prismáticos…), las abuelitas que, sonrientes, vendían cacahuetes, las túnicas y los sombreritos que entraban a Tailandia o a lo mejor fue el restaurante que encontramos, una de las comidas Tailandesas más ricas que hemos probado. 



Que un tipo nos ofreciera heroína de estrangis nos recordó que ya llevábamos demasiadas horas pululando por ahí, así que agarramos las motos y nos fuimos hasta el Golden Triangle: el punto desde el que puedes ver Laos y Myanmar con los pies en Tailandia. Los paisajes por toda esta zona son muy bonitos: llanuras verdes, campos de arroz y alguna que otra palmera que se eleva en medio de la nada. Cuando ya empezamos a estar cansados de tanta carretera, volvimos a Chiang Rai y cenamos de nuevo en el mercado nocturno: decenas de paradas con tempura de verdura, pinchos, gambas, calamares, tripas de pescado y riquísimos batidos.






De Chiang Rai nos fuimos a Chiang Mai, su hermana mayor: más grande, igual de turística y con el mercado nocturno más gigante que hemos pisado. Los domingos por la noche cierran al tráfico las principales arterias del casco antiguo y montan un mercadillo enorme. Estuvimos paseando entre las paradas durante unas dos horas y media y  sólo seguimos la calle principal, no nos atrevimos a adentrarnos por ninguna callejuela por miedo a gastarnos el presupuesto que nos queda para el resto del viaje :)))) En el Sunday Market puedes encontrar absolutamente de todo: bonito, barato y, a nuestros ojos, de mejor calidad que en muchos otros mercadillos del país. 




Empezamos con un koreano y acabamos con cuatro
Bebiendo cosas koreanas

En esta ciudad también aprovechamos para hacer un curso de cocina. Nos enfundamos el delantal y empezamos a dar mamporros con el mortero. Cocinamos muchísimos platos y no es por nada, pero nos quedaron muy ricos. Así que a la vuelta nos podréis pedir sopa con leche de  coco, pad thai, noodles con anacardos, curry verde y curry rojo, rollitos de primavera y mango con arroz. ¡Qué gran festín!













Otro de los motivos para visitar Chiang Mai era que desde allí puedes desplazarte hasta Pai, un pueblo que muchos viajeros nos habían recomendado. Hasta allí viajamos con Moon y dos chicas también koreanas: Mimi y Min. Nuestra primera impresión fue la de encontrarnos en Kao San Road pero a pequeña escala. Por suerte, a medida que nos fuimos alejando del centro, la sensación se disipó y sólo encontramos tranquilidad. Es cierto que es un pueblo muy turístico, pero también lo es que absorbe el turismo muy bien. Una vez más, quisimos alquilar una moto para ver los alrededores: cascadas, termas, montañas. Todo precioso, pero no tuvimos demasiada suerte. La lluvia nos estuvo persiguiendo todo el día.







Nos despedimos del norte de Tailandia, de Moon y de las chicas. Nuestros últimos días en este país los queríamos pasar por la zona centro. Allí nos esperan Sukhothai,  Ayutthaya, y sus muchísimos templos. Y un día y medio en Bangkok, de nuevo, antes de volar a Singapur.