Con la carpa, las esterillas, el fogoncito y cuatro
utensilios de cocina, pusimos rumbo a Chiloé. Hicimos una primera parada en
Ancud, un pueblito pesquero con uno de los mejores hostales de Latinoamérica
(de momento): Trece Lunas. El personal es fabuloso y tuvimos mucha suerte al
coincidir allí con Narcís (Catalunya), Nie Nah (Alemania) y Anh Tuan (Vietnam).
De nuestra estancia en Ancud, yo destacaría dos cosas: los
pingüinos y el cumpleaños de Fran. Para celebrarlo fuimos a hacer un tour para
ver a los primeros en un paseo por las pingüineras de Punihuil. ¡Qué monada de
animales! Bajitos y torpes, van descendiendo desde lo alto de la roca hacia el
mar al ritmo de trompicones y resbalones. Los vimos de dos clases, humbolt y
magallanes. Se diferencian por las líneas negras que los decoran, y aunque
desde lo lejos no se distinguen demasiado, a mí personalmente me parecieron
igual de monos los unos que los otros.
Casualidades de la vida, cuando acabamos nos encontramos con
la siguiente situación: personal de la Marina de Chile había llegado a la playa
para comprobar que la embarcación que la agencia acababa de comprar estaba en
buenas condiciones y cumplía con el reglamento. Así que de repente nos vimos a
bordo de otro bote para hacer una sencilla prueba. Todas las personas que nos
encontrábamos en el barco debíamos colocarnos, despacio, a un mismo lado para
demostrar que la embarcación no se inclinaba más de diez grados. Por suerte, no
se inclinó y nadie cayó al agua. Y como premio por la colaboración prestada,
nos dieron otro paseo en barco. ¡Bieeen!
Para celebrar el cumple de Fran, aparte de ir a ver
pingüinos, pensamos en ir a cenar a algún sitio que estuviera bien, pero no nos
convenció nada y en el hostel iban a preparar un asado colectivo. Cada uno
lleva lo que quiere y lo cocina en la parrilla. Nosotros, Narcís, Nie Nah, Anh Tuan, Fran y yo, compramos un lomo de
salmón de más de medio metro, ostras, almejas, bocas, choclo, papas, vino e
hicimos una ensalada. ¡Estaba todo de lujo! Y al punto de las doce de la noche,
unas quince personas cantábamos a voz en grito el Cumpleaños feliz para Fran.
Recuperados del atracón cumpleañoso, pasamos cinco minutos
por Castro para agarrar el bus que nos llevó a Cucao, la entrada al Parque
Nacional de Chiloé. Allí estrenamos la tienda, las esterillas, el fogoncito y
los utensilios. Nuestra primera comida: huevos con papas. En el parque
estuvimos genial, acampamos al lado de un lago e hicimos un par de caminatas.
Era bastante familiar y se estaba muy tranquilo, pero lo mejor de todo es que
nos volvimos a encontrar con los chicos que conocimos en Ancud. Se alojaban en
una cabaña justo a las afueras del parque y esa noche nos invitaron a comer
asado. Esa vez disfrutamos con pollo a la cerveza y choripanes. Volvimos a comer de lujo y en
buenísima compañía.
Como las caminatas del primer día nos supieron a poco,
decidimos hacer una ruta algo más larga, de dos días y pasando noche en un
refugio. Así que nos colgamos las mochilas pequeñas, agarramos también los
sacos y una muda, y nos pusimos a andar. Tras cuatro horas de intenso recorrer,
llegamos al refugio de Cole-Cole dejando atrás centenares de hojas de nalca,
kilométricas playas, puentes, cerros y vistas espectaculares del océano
Pacífico.
Llegamos al refugio a las cinco de la tarde y no había nadie. No
había luz ni gas (así que nada de sopa para cenar). En la parte de arriba del
refugio, además de un palmo de polvo, había colchones viejos y roídos. Y en la
parte de abajo, aparte del fregadero, que goteaba, la mesa y la cocina, que no
funcionaba, sólo había una estufa. De película de miedo, vamos. Bajamos dos
colchones y encendimos la estufa. ¡Por nada del mundo íbamos a dormir arriba!
A las nueve de la noche, cuando ya pensábamos que nadie iba
a llegar, pues llovía a cántaros, apareció una pareja de argentinos. Al instante,
volví a pensar en la posibilidad de dormir bien. Además, traían fogón e íbamos
a poder comernos la sopa. La noche mejoró por momentos :) Al día siguiente, hizo un día
espectacular. Nos pusimos en marcha bastante pronto porque queríamos llegar al
camping para comer, y con el sol que
hacía ya a las nueve de la mañana…, la caminata prometía sudor. Así que Fran,
yo y una vaca que había por la playa iniciamos el ascenso tranquilamente.
Nuestro último día en la isla pudimos disfrutar de una comida exquisita: el curanto al hoyo. Se trata de un tipo de cocción muy especial que consiste en enterrar los alimentos bajo tierra, en un agujero calentado con piedras ardiendo y cubiertos con hojas de nalca. Por pocos euros comimos pollo, machas, pescado, papa, chorizo y un pan hecho a base de patata. Aquí van unas fotos del proceso:
Antes de salir de Chiloé pasamos de nuevo por Castro, allí
teníamos que agarrar el ferry que nos iba a llevar de nuevo a tierra firme, así
que aprovechamos para ver la catedral, la plaza del pueblo y algunas calles. El
cansancio de la caminata y nuestras primeras noches de camping nos pasaron
factura, por eso dormimos como un par de bebés en el barco. Siete horas
después, amanecimos en Chaitén, la ciudad que quedó arrasada por la erupción
del volcán homónimo en 2008. La viva imagen del apocalipsis y la segunda, e
importante, vuelta de timón en este viaje.