Llegamos a Santa Fe con la idea de quedarnos un par de meses y trabajar un poco. Pero como las cosas a veces no salen como a uno le gustaría…, nos relajamos mucho y trabajamos más bien nada.
Todo empezó el 26 de abril. Llegamos a la estación de buses a las tres de la tarde, con dos horas de retraso, de modo que Yair y Natali tuvieron que hacer un par de viajes a la terminal para ir a buscarnos. ¡Pobres! Nuestros últimos días en Argentina, excepto los que estuvimos en Iguazú y Buenos Aires, los hemos pasado en su compañía y ha sido un continuo de buenos momentos y risas.
Para empezar, nos dejaron el piso de Yair, con gatos incluidos, para nosotros solos y a los pocos días de llegar, nos llevaron casi una semana de ruta por Chajarí, el pueblo de donde proceden ellos y donde viven sus familias. En pocas horas dimos un paseo de 300 km, y la verdad es que entre mate y mate y dale que te pego a los bizcochitos, a todos (Yair, Nata, nosotros, los gatos y el perro) se nos pasó el viaje bastante rápido.
Chajarí es más tranquilo que Santa Fe, a pesar de que tiene suficientes habitantes como para entrar en la categoría de “ciudad”. Creo que visitamos a casi todos los parientes y nosotros encantados, nos recibían con los brazos abiertos y la mesa puesta. Comimos que dio gusto, y entre rato y rato aprovechamos para ir al camping (esto es, la playa). Nos fuimos de Chajarí como congitos y con las tripitas algo más sobresalientes.
Tras esos días de paz y tranquilidad, volvimos a Santa Fe y empezamos a buscar trabajo. Yo opté por las correcciones y Fran encontró trabajo en la panchería (esto es, un frankfurt) en la que había estado trabajando Yair. De un día para otro, ya estaba preparando panchos como un campeón junto a Juan, Rodri, Lucas, Chechu, Mela, Lula, Mario y Antonella para la juventud santafesina que salía del boliche (esto es, la discoteca) a las cinco de la mañana.
Con lo del trabajo solucionado, sólo nos quedaba encontrar un lugar donde vivir, porque no podíamos quedarnos en casa de Yair hasta la eternidad. Después de renunciar a un piso de alquiler porque nos pedían infinidad de garantías que, evidentemente, no teníamos, decidimos probar suerte en el único hostel de la ciudad. Y en ese momento, las cosas se empezaron a torcer. Los dos meses que habíamos acordado con las jefas del alojamiento se convirtieron en dos semanas y media porque cerraban las puertas por vacaciones, las gotas que colgaban del extractor de la cocina cual estalactitas grasosas no desaparecían nunca, una noche tuvimos la repentina visita de un ratón, casi morimos atropellados por un autobús y para colmo, Fran hacía muy pocas horas y la corrección iba a tardar más de lo pensado. ¿Qué c#ño hacemos ahora?
Después de varios días dándonos de golpes contra la pared, lo vimos claro: era el momento de despedirse de Argentina y volar a Tailandia. Así que compramos los billetes para finales de abril y empezamos a planear la ruta. De repente, la presión, el agobio, el estrés y las dudas desaparecieron.
Durante unos días, habíamos perdido el norte, nos habíamos olvidado del objetivo principal del viaje. Pero, en realidad, la “solución” estaba ahí, con volver a escucharnos era suficiente. Así que, de repente, dimos un giro inesperado a esta historia.
Durante esas semanas en Santa Fe y Chajarí vivimos más de cerca lo que aquí denominan “argentinidad”. En numerosas ocasiones gente del propio país nos ha dicho que los argentinos se creen el ombligo del mundo y que hay un dicho que los identifica bastante: “Compra un argentino por lo que vale y véndelo por lo que cree que vale”. No tenemos ni idea de si esto es cierto o no, de si son perezosos, psicólogos o donjuanes, sólo hemos estado aquí dos meses y si algo hemos aprendido en este viaje es que no se puede generalizar. Pero es cierto que hay costumbres/actitudes que nos han parecido curiosas. A eso es a lo que nosotros vamos a referirnos por “argentinidad”. Así que, sin ofender a nadie, aquí van algunos ejemplos:
¿Qué es esa costumbre de salir el sábado por la noche a pasear por el centro del pueblo sin bajar del coche? ¡Argentinidaaad!
¿Que en urgencias un policía llega y se pone porque sí a la cabeza de la cola con su mujer embarazada? ¡Argentinidaaad!
¿Que tienes que andar con mil ojos para que no te atropellen en un paso de peatones? ¡Argentinidaaad!
¿Que te hacen un contrato de teléfono con el DNI de alguien que no has visto en tu vida porque tú no eres residente? ¡Argentinidaaad!
Para los que quieran saber más acerca del concepto de "argentinidad".
Hay que tomárselo con humor y hay que aceptar la buena y la mala, porque lo mismo te cruzas con una niña de diecinueve años que va diciendo por la calle que los argentinos se sienten maltratados en España, como que un par de argentinos que conoces de un tour de tres días en el salar de Uyuni te abre la puerta de su casa como si fueras familia. Eso pasa, así que sigamos.
Nos dio pena despedirnos tan pronto de Yair y Nata. Los conocimos en Bolivia y nos conquistaron cuando nos contaron que les ponían mantras a sus gatos, pero no nos despedimos de ellos en serio porque los esperamos volver a ver algún día, en Tailandia (donde estamos ahora mismo) o en Barcelona.
Así que esta entrada se la dedicamos a ellos y a los grandes ratos que hemos pasado juntos: helados por aquí y por allá, picnic en la costanera, ahora jugamos al Duni, luego cenamos fideos chinos, comentamos acerca de la argentinidad, comentamos sobre la españolidad (¡Joder, tía!), hablamos y soñamos con el Ford Falcón, conocimos la Pastalinda, engañamos a la poli, nos hicimos adictos a las facturas, escuchamos Queen a todo trapo, paseamos en bici, charlamos sobre relaciones de pareja, sobre la familia, nos cortamos el pelo, probamos el tereré e hicimos desaparecer una furgoneta al anochecer. ¡Ahí es nada!