Aterrizamos en el Fin del Mundo a las 21.30 h. Nos pareció
que para estar en el Fin del Mundo el lugar no era la bomba. Entramos en el
hostel y repetimos sensación: un salón plagado de gente que se esparcía hasta
la cocina, sucia, y con el fregadero a rebosar, una minihabitación para cuatro
y un baño que se caía a pedazos. Por un momento quisimos salir de allí pitando,
pero no sabíamos hacia adónde. Al día siguiente, lo vimos todo un poco mejor.
Ushuaia en sí no nos pareció gran cosa, pero cuando piensas
que estás más cerca del Polo Sur que de casa, que allí tienen la oficina de
correos del Fin del Mundo, que puedes buscar un boleto de último minuto para ir
a la Antártida, que probablemente verás pingüinos, lobos marinos y ballenas… a uno se le despierta un nosequé por dentro
que casi le hace flotar.
Entusiasmados y bajo un
sol de justicia, emprendimos el ascenso. No nos podíamos creer que en el pueblo
más al sur de todo el mundo andáramos en
manga corta y sudando como pollos. La subida fue dura, empinada, se nos hizo
eterna y cuando llegamos al final del camino un letrero decía “prohibido el
paso, a partir de aquí es imprescindible andar con guía y el equipamiento
adecuado”. ¿A partir de dónde? ¿Del charco de agua que había tras el letrero?
¿De los pedacitos de hielo que había en el suelo? Sí, había nieve en la montaña,
pero ¿dónde leches estaba el glaciar?
Quizás sea por el verano, quizás sea por el calentamiento
global, o por ambos, pero en Ushuaia ya no hay glaciar. Es triste, sobre todo
porque es una de las principales fuentes de abastecimiento de agua de la
ciudad.
Al día siguiente nos adentramos en el Parque Nacional de
Tierra del Fuego. Y antes de nada, visitamos la Oficina Postal del Fin del Mundo.
Enviamos unas cuantas postales y, sí, le pedimos al señor de gafas grandes,
bigote blanco y gorro azul que nos sellara el pasaporte. Estaba allí, retirado
del mundanal ruido, entre sellos de goma, mapas y postales antiguas, pero bien
podría haber habitado en el faro de San Juan de Salvamento o conduciendo un
tren de vapor.
Durante cuatro horas recorrimos la costa de este tranquilo y
poco transitado lugar. La sensación de estar en el Fin del Mundo se hizo más
patente que nunca. Éramos pocos, nos cruzamos en un par de ocasiones y sólo nos
acompañó el repiqueteo del pájaro carpintero patagónico.
El recorrido terminaba en el lago Roca, justo al lado de un
camping con un pequeño bar al que entramos para beber algo caliente. Allí,
en el fin del mundo, donde alguien perdió la zapatilla, había un grupo de
cuatro chicas españolas. Una vez más nos dábamos de bruces con la realidad de
hoy: jóvenes que salen en busca de algo mejor, cansados pero optimistas.
¿Deberíamos empezar a pensar en no volver? ¿Deberíamos empezar a buscar trabajo
en algún otro lugar que no sea “casa”?
Hola chicos!!! Soy Ana, tu vecina de Esparreguera, Debora! q tal estais aventureros? Tengo q reconocer q este blog me tiene enganchada desde q mis padres me lo dijeron y me produce una enorme envidia (sana) todo lo q estais haciendo! Son increibles los lugares q estais conociendo! Yo también tengo alma viajera pero nunca he tenido el valor de hacer esto y dejarlo todo para dar la vuelta al mundo... Es un sueño q espero algún día poder realizar!
ResponderEliminarBueno no me enrollo mas, q sigais disfrutando a tope de todo lo q descubris y de todas las sensaciones q os van surgiendo a lo largo de este camino!
X cierto, me han dicho q os habeis tropezado con un colega de mi facultad de Derecho! Q fuerteeeeee! El mundo es un pañuelo!
Un besazoooo!
Ana Herrera.
Hola, Ana!
ResponderEliminarQué bueno encontrarte por aquí y qué bien que os guste el blog! :)
Oye, después te busco en Facebook y así estamos más en contacto, ok?
Un besoooo!
qué bonito, qué bonito, qué bonito y qué envidiaaaa. Ya no miro más el blog!!
ResponderEliminarAarghhhh
Muak